sábado, 10 de enero de 2009

INTRODUCCIÓN

Galacia era, a mediados del siglo I d.C., una provincia romana situada en la región central de Asia Menor, parte de la actual Turquía. En la Carta a los Gálatas (Gá.) se habla de "las iglesias de Galacia", sin especificar el nombre de ninguna ciudad. No hay certeza acerca de la situación geográfica exacta de estas comunidades.

Los datos sobre la fundación de estas iglesias son escasos. Pablo dice que él fue quien les predicó el evangelio por primera vez, y que su permanencia allá se debió a una enfermedad (Gá. 4:13). Esto coincide con el paso por "la región de Frigia y Galacia", mencionado en Hch. 16:6, como parte del segundo viaje misionero de Pablo. Según Hch. 18:23, Pablo volvió a pasar por esa región en su tercer viaje.

De la carta se desprende que los cristianos eran de origen pagano, no judíos (Gá. 4:8). Pablo recuerda a sus lectores la alegría y la buena disposición con que recibieron el evangelio (4:13-15). Sin embargo, esa situación se vio perturbada por algunos que fueron después a enseñar nuevas doctrinas, tratado de crear al mismo tiempo desconfianza respecto a Pablo.

Las aluciones hechas en la carta indican que estas personas querían obligar a los gálatas a someterse a la Ley de Moisés (4:21), y especialmente a aceptar la circuncisión (6:12,13). También los inducían a observar con veneración especial ciertos días o tiempos del calendario (4:10). Probablemente afirmaban que sólo así podrían participar de las bendiciones prometidas por Dios a los descendientes de Abraham (3:14).

Por otra parte, parece que los maestros advenedizos atacaban la autoridad de Pablo como apóstol y sus motivos al predicar el evangelio (1:10,12).

Pablo comprendió que lo que estaba en juego no eran simplemente prácticas externas, más o menos indiferentes, sino la esencia del mensaje cristiano: el reconocimiento del valor salvador de la obra de Jesucristo, con la cual quedaba superada la etapa anterior, la ley de Moisés. Por eso insiste en que por Cristo se da comienzo al nuevo pueblo de Dios, al que están llamados todos, de cualquier nación y condición que sean.

El apóstol escribe esta carta en medio de gran emoción, no tanto por los ataques a su autoridad, cuanto por el peligro que veía para la verdad del evangelio. Advierte a los gálatas sobre las consecuencias de su actitud y previene posibles malentendidos de su enseñanza sobre la libertad cristiana.